El 24 de noviembre
Freddy Melo
Este 24 de noviembre se cumplen 60 años del derrocamiento (1948) de Rómulo Gallegos, con lo que concluyó el trienio de gobierno de Acción Democrática nacido también mediante golpe de Estado –contra el general Isaías Medina Angarita— el 18 de octubre de 1945. Ambas fechas se hallan umbilicalmente unidas y resultan de pugnas entre clases dominantes internas y desarrollos de la política imperialista de los Estados Unidos, que vendrían a la postre a desembocar en la cuadragenaria “democracia” puntofijista y, tras intensas y prolongadas luchas populares y el surgimiento del liderazgo de Hugo Chávez Frías, en el colapso de la cuarta república.
El régimen medinista, heredero de un gomecismo reblandecido a través de su antecesor Eleazar López Contreras, se alejó de los sectores más reaccionarios, la mayoría de los cuales debido a ello agrupados en el llamado lopecismo, y se apoyó en la porción progresista de la burguesía que bajo la consigna de “sembrar el petróleo” intentaba, como dice Oscar Battaglini, “la reorganización capitalista de la sociedad” y el avance, aunque a ritmo lento, hacia una democracia de su marca, representativa, según el momento histórico la exigía. El retardo en la consagración de ésta mediante el sufragio universal, directo y secreto sirvió de principal pretexto para el cuartelazo “revolucionario” de octubre, pese a que esa reivindicación pública ya estaba dispuesta para el siguiente período constitucional (elecciones de 1951).
La apuesta del general Medina coincidía con el interés oficial de los Estados Unidos de Franklyn Delano Roosevelt. Este hábil presidente (1933-1945) venía de conjurar los fantasmas de la “gran depresión” 29-34 y a la sazón enfrentaba la segunda guerra mundial (2GM), y en función de procurar mayor fluidez en la cooperación y entrega de los recursos de la América Latina había creado la política de la “buena vecindad”, que favorecía medidas de alivio social y aperturas democráticas, aunque sin desmedro de los nexos con sus “hijos de puta” del tipo Somoza. Los embajadores rooseveltianos estimulaban la acción de nuestro mandatario, enfrentando a veces a las compañías aceiteras, las cuales no se tragaban eso y estrechaban alianza con los sectores antimedinistas y los agregados militares gringos aquí (que por su cuenta eran fuertemente opositores) y con los halcones militares y civiles allá. La legalización del PCV, la relación de simpatía de éste con el Gobierno y su influencia creciente en los sindicatos petroleros, así como el establecimiento de relaciones con la URSS, las llenaban de temores; la Ley de Hidrocarburos de 1943, que rescataba la soberanía impositiva del Estado, uniformaba y aumentaba los impuestos y regalías y obligaba a construir refinerías fue un hueso duro que las empresas royeron de mala gana, aunque a cambio recibieron nuevas concesiones. La ley de Reforma agraria, por su parte, enfurecía a los gamonales. Y con la muerte de Roosevelt, el ascenso del tendero Harry Truman, el fin de la 2GM y los primeros atisbos de la “guerra fría”, la diplomacia civil usense fluyó hacia la militar y juntos se anudaron con la reacción criolla. En este ambiente, la alianza entre un grupo de jóvenes militares “pundonorosos” que decían pedir reivindicaciones profesionales y el ambicioso político líder de AD, echó la suerte al golpe y consiguió terreno propicio. Medina se derrumbó.
El régimen de la “Revolución de Octubre” se desbordó en una balumba demagógica, aunque suscitó esperanzas internas y exteriores. No superó a Medina ni en respeto cívico, ni en materia de reforma agraria, ni en el área del petróleo. Su lucha contra la corrupción fue un saludo a la bandera. Sus saldos positivos se dieron, en cierta medida en educación por la presencia del maestro Prieto Figueroa, y en materia de sufragio universal porque abrió el escenario político a las multitudes: cuestión que iba a venir, como ya hemos visto, y que no justificaba una impaciencia que podía arrojar tantos males, como arrojó en efecto.
Freddy Melo
Este 24 de noviembre se cumplen 60 años del derrocamiento (1948) de Rómulo Gallegos, con lo que concluyó el trienio de gobierno de Acción Democrática nacido también mediante golpe de Estado –contra el general Isaías Medina Angarita— el 18 de octubre de 1945. Ambas fechas se hallan umbilicalmente unidas y resultan de pugnas entre clases dominantes internas y desarrollos de la política imperialista de los Estados Unidos, que vendrían a la postre a desembocar en la cuadragenaria “democracia” puntofijista y, tras intensas y prolongadas luchas populares y el surgimiento del liderazgo de Hugo Chávez Frías, en el colapso de la cuarta república.
El régimen medinista, heredero de un gomecismo reblandecido a través de su antecesor Eleazar López Contreras, se alejó de los sectores más reaccionarios, la mayoría de los cuales debido a ello agrupados en el llamado lopecismo, y se apoyó en la porción progresista de la burguesía que bajo la consigna de “sembrar el petróleo” intentaba, como dice Oscar Battaglini, “la reorganización capitalista de la sociedad” y el avance, aunque a ritmo lento, hacia una democracia de su marca, representativa, según el momento histórico la exigía. El retardo en la consagración de ésta mediante el sufragio universal, directo y secreto sirvió de principal pretexto para el cuartelazo “revolucionario” de octubre, pese a que esa reivindicación pública ya estaba dispuesta para el siguiente período constitucional (elecciones de 1951).
La apuesta del general Medina coincidía con el interés oficial de los Estados Unidos de Franklyn Delano Roosevelt. Este hábil presidente (1933-1945) venía de conjurar los fantasmas de la “gran depresión” 29-34 y a la sazón enfrentaba la segunda guerra mundial (2GM), y en función de procurar mayor fluidez en la cooperación y entrega de los recursos de la América Latina había creado la política de la “buena vecindad”, que favorecía medidas de alivio social y aperturas democráticas, aunque sin desmedro de los nexos con sus “hijos de puta” del tipo Somoza. Los embajadores rooseveltianos estimulaban la acción de nuestro mandatario, enfrentando a veces a las compañías aceiteras, las cuales no se tragaban eso y estrechaban alianza con los sectores antimedinistas y los agregados militares gringos aquí (que por su cuenta eran fuertemente opositores) y con los halcones militares y civiles allá. La legalización del PCV, la relación de simpatía de éste con el Gobierno y su influencia creciente en los sindicatos petroleros, así como el establecimiento de relaciones con la URSS, las llenaban de temores; la Ley de Hidrocarburos de 1943, que rescataba la soberanía impositiva del Estado, uniformaba y aumentaba los impuestos y regalías y obligaba a construir refinerías fue un hueso duro que las empresas royeron de mala gana, aunque a cambio recibieron nuevas concesiones. La ley de Reforma agraria, por su parte, enfurecía a los gamonales. Y con la muerte de Roosevelt, el ascenso del tendero Harry Truman, el fin de la 2GM y los primeros atisbos de la “guerra fría”, la diplomacia civil usense fluyó hacia la militar y juntos se anudaron con la reacción criolla. En este ambiente, la alianza entre un grupo de jóvenes militares “pundonorosos” que decían pedir reivindicaciones profesionales y el ambicioso político líder de AD, echó la suerte al golpe y consiguió terreno propicio. Medina se derrumbó.
El régimen de la “Revolución de Octubre” se desbordó en una balumba demagógica, aunque suscitó esperanzas internas y exteriores. No superó a Medina ni en respeto cívico, ni en materia de reforma agraria, ni en el área del petróleo. Su lucha contra la corrupción fue un saludo a la bandera. Sus saldos positivos se dieron, en cierta medida en educación por la presencia del maestro Prieto Figueroa, y en materia de sufragio universal porque abrió el escenario político a las multitudes: cuestión que iba a venir, como ya hemos visto, y que no justificaba una impaciencia que podía arrojar tantos males, como arrojó en efecto.
El gobierno estadounidense lo saludó y Nelson Rockefeller se convirtió en su padrino y aprovechado “ayudador”. Pero las multitudes estaban en la calle alebrestadas por la demagogia, los sindicatos eran muy fuertes, la guerra fría se desencadenó, el temor al sabotaje en los campos petroleros se hizo histérico, USA ya no quería democracias débiles aunque fuesen anticomunistas y los pundonorosos militares saltaron a cobrar el botín que desde octubre del 45 tenían en la mira. El régimen adeísta, como se decía entonces, se derrumbó más estrepitosamente que el de Isaías Medina. Hasta 1958 y el no volverán de hoy.
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