Marbella y El Hatillo
Quienes aspiren a las alcaldías y a los consejos municipales tienen el deber de ofrecer proyectos concretos
HÉCTOR FAÚNDEZ LEDESMA
Probablemente el lector se preguntará qué puede haber de común entre Marbella, enclavada en la costa del sol española, y el pueblo de El Hatillo, en las afueras de Caracas.
Quienes aspiren a las alcaldías y a los consejos municipales tienen el deber de ofrecer proyectos concretos
HÉCTOR FAÚNDEZ LEDESMA
Probablemente el lector se preguntará qué puede haber de común entre Marbella, enclavada en la costa del sol española, y el pueblo de El Hatillo, en las afueras de Caracas.
Con todas sus diferencias, alguna vez ambas localidades ofrecieron un paisaje apacible y bucólico, por lo que, con justa razón, atrajeron a turistas y visitantes.
Sin ser los únicos, estos dos municipios tan distintos y distantes son el ejemplo más notable de lo que puede ser un modelo de urbanismo irresponsable, salvaje y depredador.
En uno y otro caso se ha querido excusar el envilecimiento de unos con la corrupción heredada de una gestión anterior. En ambos casos, el deterioro y la decadencia fue impulsada por sucesivos gobiernos locales que, cada cual con su estilo, mediante el fraude y el engaño, destruyeron un paisaje fascinante y lo convirtieron en una hostil selva de cemento y ladrillo.
Ese modelo, de la mano de la corrupción más escandalosa, ha conducido a la destrucción de nuestros espacios naturales, al caos urbanístico y al deterioro sistemático de nuestra calidad de vida. Pero sólo hasta allí llega la comparación.
A diferencia de lo que ocurre en Venezuela, sin importar su signo político, los alcaldes y concejales de Marbella, al igual que los de Estepona, Palma, y otros municipios españoles, se encuentran en la cárcel, respondiendo por sus fechorías y rindiendo cuenta del origen de bienes y fortunas derivadas de fértiles nexos con empresarios de la construcción. Mientras tanto, en medio de una guerra declarada en contra de los ciudadanos (con trincheras incluidas), en El Hatillo tenemos un festín denominado "Operación alegría".
Alguna vez Caracas fue conocida como la ciudad de los techos rojos, y era envidiada por sus verdes colinas. Esa ciudad, antes admirada, hoy se caracteriza por la basura que nos invade, no solamente en el municipio Libertador, y por la tala de árboles que está dando paso a edificaciones que carecen de servicios apropiados, que no cuentan con la infraestructura vial indispensable y que rompen con la armonía de la ciudad. Las vallas publicitarias de que están plagadas las calles del municipio Baruta, además de contaminar el ambiente y distraer a los conductores, destruyen nuestras aceras y obstaculizan el paso de los peatones.
Pero nada de eso es gratis, y más de uno está obteniendo cuantiosos beneficios de tanta degradación y de tanta irresponsabilidad.
Ahora, en vísperas de unas elecciones de alcaldes y gobernadores, que ciertamente tienen una importancia política considerable, no podemos dejarnos seducir por el engaño y el chantaje. Quienes aspiren a las alcaldías y a los consejos municipales tienen el deber de ofrecer proyectos concretos para hacer de cada ciudad un entorno más humano, que responda a las necesidades de sus habitantes y no a la ambición desenfrenada de algunos empresarios de la construcción.
Sin duda que los ciudadanos tenemos una gran cuota de responsabilidad en todo esto, pues somos nosotros quienes elegimos a los gobiernos locales.
Alguna vez Caracas fue conocida como la ciudad de los techos rojos, y era envidiada por sus verdes colinas. Esa ciudad, antes admirada, hoy se caracteriza por la basura que nos invade, no solamente en el municipio Libertador, y por la tala de árboles que está dando paso a edificaciones que carecen de servicios apropiados, que no cuentan con la infraestructura vial indispensable y que rompen con la armonía de la ciudad. Las vallas publicitarias de que están plagadas las calles del municipio Baruta, además de contaminar el ambiente y distraer a los conductores, destruyen nuestras aceras y obstaculizan el paso de los peatones.
Pero nada de eso es gratis, y más de uno está obteniendo cuantiosos beneficios de tanta degradación y de tanta irresponsabilidad.
Ahora, en vísperas de unas elecciones de alcaldes y gobernadores, que ciertamente tienen una importancia política considerable, no podemos dejarnos seducir por el engaño y el chantaje. Quienes aspiren a las alcaldías y a los consejos municipales tienen el deber de ofrecer proyectos concretos para hacer de cada ciudad un entorno más humano, que responda a las necesidades de sus habitantes y no a la ambición desenfrenada de algunos empresarios de la construcción.
Sin duda que los ciudadanos tenemos una gran cuota de responsabilidad en todo esto, pues somos nosotros quienes elegimos a los gobiernos locales.
Pero, incluso si nosotros nos equivocamos, aún hay otras instancias que deberían actuar y velar por la legalidad y rectitud de los actos de la administración.
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