La camarilla de Santander asaltó el Palacio para ejecutar el plan de la oligarquía y agentes extranjeros de eliminar a Bolívar
Se cumplen 180 años del hecho que recordamos con espanto de la noche del 25 de septiembre de 1828 cuando se atenta en Bogotá contra el Libertador. Los complotados, inspirados por Santander, tratan de asesinarlo en sus habitaciones privadas mientras dormía, pero Manuela Saenz , con habilidad y carácter, logra desviar la atención de los asesinos, mientras Bolívar logra ganar la calle.
Se cumplen 180 años del hecho que recordamos con espanto de la noche del 25 de septiembre de 1828 cuando se atenta en Bogotá contra el Libertador. Los complotados, inspirados por Santander, tratan de asesinarlo en sus habitaciones privadas mientras dormía, pero Manuela Saenz , con habilidad y carácter, logra desviar la atención de los asesinos, mientras Bolívar logra ganar la calle.
Entre los complotados estaba el Consul Yankee en Bogota
Los comprometidos, condenados a muerte, logran escapare de la justicia y serán los mismos que, harán blanco en la humanidad de Antonio José de Sucre a quien asesinan en las selvas del Sur de Colombia.
Desde 1826, los grupos antibolivarianos, inspirados por la oligarquía y agentes extranjeros, habían iniciado una campaña de infamias contra el Libertador. Periódicos y panfletos circulaban con calumnias. Lo llamaban “tirano”, “autoritario” y formaban círculos de conjurados con el propósito de asesinarlo, acusándolo de proponerse convertirse en Rey.
Tan desprevenido estaba Bolívar de los planes de los traidores que andaban sin custodia por las calles de Bogotá y sus alrededores. El 21 de septiembre fue de paseo al pueblo de Soacha, acompañado sólo de dos amigos. Pedro Carujo, venezolano, junto con cuatro asesinos, pretendió aprovechar este descuido para ultimarlo por la espalda.
El fracaso de este intento hizo apresurar los planes del pérfido Santander. El 25 de septiembre de 1828, a las doce de la noche, con la complicidad del jefe del Estado Mayor de la Guarnición de Bogotá, asaltaron el Palacio Presidencial. Asesinaron al centinela, a un cabo de guardia y dominaron al resto de la custodia. Al edecán de Bolívar de vigilia en Palacio, el joven teniente venezolano Andrés Ibarra, quien al oír ruidos salió a enfrentarlos casi desnudo, lo hirieron a sablazos. Los traidores se consideraban ya dueños de la situación y avanzaron hacia el dormitorio del Libertador, al grito de “muera el tirano”. Fue entonces cuando hizo acto de presencia, espada en mano, Manuelita Sáenz. Ella había ido esa noche al dormitorio del Libertador y lo cuidó hasta verlo dormido. Al oír el alboroto de los conjurados, despertó a Bolívar, lo ayudó a vestirse y lo obligó a tirarse por la ventana hacia la calle. Enseguida enfrentó a los traidores para dar tiempo a Bolívar a escapar. “¿Dónde está Bolívar?”, le preguntaron y ella respondió: “En la Sala de Consejo”. Allí fueron, registraron y volvieron al dormitorio, cuando ya el Libertador había escapado.
Los traidores asesinaron al leal coronel William Fergunson, otro edecán de Bolívar, quien se encontraba enfermo y dormía fuera, pero acudió al oír los gritos provenientes del Palacio. También mataron al coronel venezolano José Bolívar cuando atacaron el Cuartel de Artillería. Mientras tanto, el Libertador se había refugiado bajo un puente. Al tener noticias del atentado, el pueblo se lanzó a la calle dando vivas a Bolívar mientras el Ejército se pronunciaba a favor del Libertador.
Desde 1826, los grupos antibolivarianos, inspirados por la oligarquía y agentes extranjeros, habían iniciado una campaña de infamias contra el Libertador. Periódicos y panfletos circulaban con calumnias. Lo llamaban “tirano”, “autoritario” y formaban círculos de conjurados con el propósito de asesinarlo, acusándolo de proponerse convertirse en Rey.
Tan desprevenido estaba Bolívar de los planes de los traidores que andaban sin custodia por las calles de Bogotá y sus alrededores. El 21 de septiembre fue de paseo al pueblo de Soacha, acompañado sólo de dos amigos. Pedro Carujo, venezolano, junto con cuatro asesinos, pretendió aprovechar este descuido para ultimarlo por la espalda.
El fracaso de este intento hizo apresurar los planes del pérfido Santander. El 25 de septiembre de 1828, a las doce de la noche, con la complicidad del jefe del Estado Mayor de la Guarnición de Bogotá, asaltaron el Palacio Presidencial. Asesinaron al centinela, a un cabo de guardia y dominaron al resto de la custodia. Al edecán de Bolívar de vigilia en Palacio, el joven teniente venezolano Andrés Ibarra, quien al oír ruidos salió a enfrentarlos casi desnudo, lo hirieron a sablazos. Los traidores se consideraban ya dueños de la situación y avanzaron hacia el dormitorio del Libertador, al grito de “muera el tirano”. Fue entonces cuando hizo acto de presencia, espada en mano, Manuelita Sáenz. Ella había ido esa noche al dormitorio del Libertador y lo cuidó hasta verlo dormido. Al oír el alboroto de los conjurados, despertó a Bolívar, lo ayudó a vestirse y lo obligó a tirarse por la ventana hacia la calle. Enseguida enfrentó a los traidores para dar tiempo a Bolívar a escapar. “¿Dónde está Bolívar?”, le preguntaron y ella respondió: “En la Sala de Consejo”. Allí fueron, registraron y volvieron al dormitorio, cuando ya el Libertador había escapado.
Los traidores asesinaron al leal coronel William Fergunson, otro edecán de Bolívar, quien se encontraba enfermo y dormía fuera, pero acudió al oír los gritos provenientes del Palacio. También mataron al coronel venezolano José Bolívar cuando atacaron el Cuartel de Artillería. Mientras tanto, el Libertador se había refugiado bajo un puente. Al tener noticias del atentado, el pueblo se lanzó a la calle dando vivas a Bolívar mientras el Ejército se pronunciaba a favor del Libertador.
El pérfido Santander, jefe de la traición, se refugió en la casa del general Rafael Urdaneta, y más tarde marcharía al destierro acogiéndose a un perdón de Bolívar, quien se excedió en su generosidad.
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