Al menos 153 personas murieron hoy al accidentarse un avión de la aerolínea Spanair en el aeropuerto de Barajas.
Mientras 19 resultaron heridas, algunas de gravedad, y son asistidas en hospitales de Madrid.
En el avión, modelo McDonnell Douglas MD-82, viajaban unas 172 personas, entre ellas 20 niños y dos bebés.
Una de las hipótesis de las causas del accidente -que se produjo a las 14.45 locales, casi a un kilómetro de la Terminal 4 de Barajas, en la pista 36- es que el motor izquierdo del avión se incendió en el momento del despegue.
El vuelo JK 5022 de Spanair que ayer cubría la ruta entre Madrid y Las Palmas de Gran Canaria tuvo problemas desde el inicio. El piloto abortó un primer despegue y el avión fue revisado. Pero una hora después volvió a pista. Sin embargo, algo volvió a fallar en un motor cuando tomaba altura y cayó causando un incendio. El fuselaje quedó hecho añicos.
"Oí un ruido horrible y salí despedida"
Relato de Ligia, una médica del Samur que se salvó de la catástrofe
Los sedantes y la conmoción casi le impedían decir algo comprensible. Pero Fernanda, su hermana, y su madre, Ligia, como ella, le consolaban y daban sentido a su historia.
Alargó el brazo hacia un cuerpo ennegrecido, por si era su pareja
Pero el reloj que lucía aquella muñeca no le resultó familiar
Ligia les explicó cómo, a las 13.20, hora prevista del vuelo, el comandante del avión se disculpó y les informó de que había un problema técnico. Y que, casi en el mismo instante del despegue, se asustó al sentir los extraños ruidos que empezó a hacer el avión. Se agarró al brazo de José, su pareja, y miró a Gema, su cuñada, que iba sentada en la fila de delante. Los tres iban a pasar una semana de vacaciones a las islas Canarias, para celebrar su 42 cumpleaños, el próximo domingo.
El avión dio una brutal sacudida y Ligia cuenta que oyó "un ruido horrible" antes de salir despedida. Chocó contra el cauce seco de un río lleno de piedras y tierra reseca. Quedó aturdida, casi inconsciente durante un tiempo que no es capaz de recordar. De repente, una enorme explosión la despertó. Eran los tanques de combustible del avión, que acababan de convertirse en una gran bola de fuego.
Giró la cabeza en busca de José y a su lado vio una persona con la ropa y la piel ennegrecidas. "¡José, José!", gritó. Alargó el brazo para tocarle y se dio cuenta de que en aquella muñeca lucía un reloj que no le resultaba familiar. Un instante más tarde, ese cuerpo cayó a un lado y Ligia vio que estaba muerto. Palpó el rostro y descubrió que no era José.
Volvió a levantar la cabeza y miró a su alrededor. Vio varios cuerpos esparcidos sobre el terreno rojizo, rodeados de todo tipo de objetos humeantes. Muy cerca sentía el enorme calor que salía del fuselaje del avión, sobre el que se elevaba una gigantesca columna de humo y fuego. Cuando la dirección del viento cambió, un aire ardiente le hizo imposible respirar y la cegó. Se tumbó a un lado y levantó un brazo para protegerse, esperando a que la lengua de fuego amainara. Casi al instante se dio cuenta de que muchos de los que la rodeaban, entre ellos una niña de corta edad, lloraban y gritaban pidiendo ayuda. Médica del Samur y apasionada de la asistencia a víctimas de accidentes, Ligia trató de ponerse en pie y empezar a ayudar. Apenas logró levantarse un palmo sobre el suelo antes de caer. Tras dos o tres intentos, se dio cuenta que su fémur derecho estaba roto.
Al fondo empezaron a oírse las primeras ambulancias de los equipos de emergencia. Gritó otra vez el nombre de José y el de Gema. No obtuvo respuesta.
Cuando los médicos del Samur llegaron para atenderla, se produjo el encuentro más extraño que jamás hubieran imaginado ella y sus compañeros del servicio de emergencias del Ayuntamiento de Madrid. "Primero se miraron extrañados, luego lloraron", relata Fernanda, su hermana.
A bordo de la ambulancia, camino del hospital Ramón y Cajal, los trabajadores del Samur le dejaron un teléfono móvil. "Sonó mi teléfono y era ella. Me dijo que el avión había explotado, pero que ella estaba bien, que no nos preocupáramos", recuerda Fernanda. "Hablaba con una lucidez y una tranquilidad asombrosa".
En esos mismos instantes, la madre de Ligia se enteró del accidente ocurrido en el aeropuerto de Barajas. "Me asusté muchísimo. Era un avión que iba a Canarias, como mi hija", recuerda esta periodista colombiana.
"¡Fernanda, te has enterado", le gritó la madre. "Casi no podía hablar por la intensidad del momento", recuerda Fernando. "Acababa de hablar con mi hermana y entonces me di cuenta de que aquello era un milagro, que Ligia había sobrevivido".
La superviviente tenía anoche el rostro hinchado, amoratado y lleno de heridas superficiales. Pero estaba milagrosamente bien de salud. Tendida en una camilla, y con el brazo derecho vendado por las quemaduras, se despedía de su familia antes de someterse a un TAC.
El vuelo JK 5022 de Spanair que ayer cubría la ruta entre Madrid y Las Palmas de Gran Canaria tuvo problemas desde el inicio. El piloto abortó un primer despegue y el avión fue revisado. Pero una hora después volvió a pista. Sin embargo, algo volvió a fallar en un motor cuando tomaba altura y cayó causando un incendio. El fuselaje quedó hecho añicos.
"Oí un ruido horrible y salí despedida"
Relato de Ligia, una médica del Samur que se salvó de la catástrofe
Los sedantes y la conmoción casi le impedían decir algo comprensible. Pero Fernanda, su hermana, y su madre, Ligia, como ella, le consolaban y daban sentido a su historia.
Alargó el brazo hacia un cuerpo ennegrecido, por si era su pareja
Pero el reloj que lucía aquella muñeca no le resultó familiar
Ligia les explicó cómo, a las 13.20, hora prevista del vuelo, el comandante del avión se disculpó y les informó de que había un problema técnico. Y que, casi en el mismo instante del despegue, se asustó al sentir los extraños ruidos que empezó a hacer el avión. Se agarró al brazo de José, su pareja, y miró a Gema, su cuñada, que iba sentada en la fila de delante. Los tres iban a pasar una semana de vacaciones a las islas Canarias, para celebrar su 42 cumpleaños, el próximo domingo.
El avión dio una brutal sacudida y Ligia cuenta que oyó "un ruido horrible" antes de salir despedida. Chocó contra el cauce seco de un río lleno de piedras y tierra reseca. Quedó aturdida, casi inconsciente durante un tiempo que no es capaz de recordar. De repente, una enorme explosión la despertó. Eran los tanques de combustible del avión, que acababan de convertirse en una gran bola de fuego.
Giró la cabeza en busca de José y a su lado vio una persona con la ropa y la piel ennegrecidas. "¡José, José!", gritó. Alargó el brazo para tocarle y se dio cuenta de que en aquella muñeca lucía un reloj que no le resultaba familiar. Un instante más tarde, ese cuerpo cayó a un lado y Ligia vio que estaba muerto. Palpó el rostro y descubrió que no era José.
Volvió a levantar la cabeza y miró a su alrededor. Vio varios cuerpos esparcidos sobre el terreno rojizo, rodeados de todo tipo de objetos humeantes. Muy cerca sentía el enorme calor que salía del fuselaje del avión, sobre el que se elevaba una gigantesca columna de humo y fuego. Cuando la dirección del viento cambió, un aire ardiente le hizo imposible respirar y la cegó. Se tumbó a un lado y levantó un brazo para protegerse, esperando a que la lengua de fuego amainara. Casi al instante se dio cuenta de que muchos de los que la rodeaban, entre ellos una niña de corta edad, lloraban y gritaban pidiendo ayuda. Médica del Samur y apasionada de la asistencia a víctimas de accidentes, Ligia trató de ponerse en pie y empezar a ayudar. Apenas logró levantarse un palmo sobre el suelo antes de caer. Tras dos o tres intentos, se dio cuenta que su fémur derecho estaba roto.
Al fondo empezaron a oírse las primeras ambulancias de los equipos de emergencia. Gritó otra vez el nombre de José y el de Gema. No obtuvo respuesta.
Cuando los médicos del Samur llegaron para atenderla, se produjo el encuentro más extraño que jamás hubieran imaginado ella y sus compañeros del servicio de emergencias del Ayuntamiento de Madrid. "Primero se miraron extrañados, luego lloraron", relata Fernanda, su hermana.
A bordo de la ambulancia, camino del hospital Ramón y Cajal, los trabajadores del Samur le dejaron un teléfono móvil. "Sonó mi teléfono y era ella. Me dijo que el avión había explotado, pero que ella estaba bien, que no nos preocupáramos", recuerda Fernanda. "Hablaba con una lucidez y una tranquilidad asombrosa".
En esos mismos instantes, la madre de Ligia se enteró del accidente ocurrido en el aeropuerto de Barajas. "Me asusté muchísimo. Era un avión que iba a Canarias, como mi hija", recuerda esta periodista colombiana.
"¡Fernanda, te has enterado", le gritó la madre. "Casi no podía hablar por la intensidad del momento", recuerda Fernando. "Acababa de hablar con mi hermana y entonces me di cuenta de que aquello era un milagro, que Ligia había sobrevivido".
La superviviente tenía anoche el rostro hinchado, amoratado y lleno de heridas superficiales. Pero estaba milagrosamente bien de salud. Tendida en una camilla, y con el brazo derecho vendado por las quemaduras, se despedía de su familia antes de someterse a un TAC.
Poco después los médicos decidían operarla de la fractura del fémur y las lesiones en una rodilla. Ligia, la madre, alternaba las risas nerviosas y los lloros agarrada a la mano de su hija.
Periodista colombiana, huyó de su país hace 20 años tras recibir múltiples amenazas. Llegó a Madrid y logró traerse poco después a Ligia, Fernanda y a su tercera hija. "Este país nos lo ha dado todo. Ahora, incluso, ha visto a mi hija volver a nacer", dijo entre susurros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario