Freddy J. Melo
Hugo Chávez, en su calidad de conductor del proceso revolucionario, ha despejado la vía hacia la enmienda constitucional que permita a los presidentes de Venezuela optar a la candidatura en cada período como cualquier otro ciudadano y consagre el derecho soberano del pueblo a elegir cuantas veces quiera al líder en quien confíe. El clamor de la determinante mayoría cuyo grito de “¡uh! ¡ah!” atormenta a la oposición, ha sido recogido por el abanderado bolivariano con la condición de que se instrumente de inmediato, buscando llevarlo a conclusión en los comienzos del nuevo año. La razón es clara. Sabe el Presidente que su permanencia en el mando es indispensable para preservar la unidad y garantizar el avance consecuente de la revolución, y que sus seguidores, igualmente conscientes de ello, persistirán en la exigencia; por lo cual, para no distraer esfuerzos y perder tiempo precioso, ha tomado el toro por los cuernos.
Tal decisión implica la intensificación del temporal contrarrevolucionario. Se potenciarán las acusaciones de “dictador”, “autoritario”, “ambicioso” y otras del mismo jaez; se desgañitarán insistiendo en violación de la Constitución, lesión a la democracia, concentración del poder, etc.; proliferarán las amenazas de golpe e intervención; se encrespará la lucha de clases en los campos ideológico y político sin desmedro del económico y los demás. Esto es inevitable y había que pasar el Rubicón o condenarse a seguir el ritmo que los contrarios impongan.
La posibilidad de que un mandatario sea reelecto a voluntad por el pueblo es consustancial de la soberanía. No existe autoridad sobre la tierra que pueda retacearla, pues este hecho sí expresa un atentado contra la esencia de la democracia verdadera. La burguesía reconoció la soberanía popular cuando dirigía al conjunto de los trabajadores en su lucha contra el feudalismo, y la levantó en sus banderas como base de la espléndida consigna de libertad, igualdad y fraternidad. Posteriormente, ya dueña del poder, ideó y desarrolló los modos de mantener el concepto como apariencia, vaciado de contenido pero vigente en lo formal. Es ésa la estratagema de la democracia burguesa. En cuanto al aspecto que tocamos, algunos países europeos practican la reelección continua como un florón de soberanía popular, y por supuesto, a nadie se le ocurre cuestionarlos, pues son paradigmas democráticos. La trampa, no hay régimen burgués sin trampa, consiste en la retención de los mecanismos para la escogencia de los candidatos, de modo que el pueblo puede hacerse ilusión de soberanía eligiendo cuantas veces quiera a un gobernante de esos, que por muy “progresista” que fuere nunca podrá traspasar los límites impuestos por los factores de poder.
Entre nosotros la contrarrevolución, errática por naturaleza y burdamente dirigida desde “el Norte revuelto y brutal”, “defiende” la democracia atacándola en su esencia, sin guardar las apariencias que las burguesías cultas de Europa emplean como coartada. Y miente como siempre. Pues aquí no se viola la Constitución, porque enmienda no es reforma; no se lesiona la democracia sino que se la torna verdadera, participativa y protagónica, cada vez más en manos de los que viven del trabajo; no se concentra el poder, porque se lo descentraliza hacia abajo, hacia las profundidades de la sociedad; Chávez no es un dictador, o lo es sui géneris: respetuoso del orden constitucional y legal, sujeto a las decisiones del pueblo, dispuesto a exponer su mandato dos veces en cada período, amado por las multitudes que lo siguen como a ningún otro líder desde el siglo XX hasta hoy… y empeñado en unirlas y concienciarlas para que, con el órgano del Estado progresivamente puesto a su servicio y la forja de sus propias organizaciones, rescaten la soberanía efectiva conculcada y eliminen los groseros privilegios de los grupos históricamente dominantes. Para éstos, por supuesto, acostumbrados a flotar sin responsabilidades, el presidente que le sirva al pueblo es por antonomasia un dictador. Y el terror proviene de la convicción de que no pueden ganarle a Chávez en el fervor popular. Y si pueden, pongan su gallo en el redondel.
Salgamos ya de la enmienda, que hay infinito trabajo por hacer. Atender las necesidades urgentes: seguridad, vivienda, empleo, salud, educación, alimentación; redoblar la formación ética, política, ideológica y de servicio, socialista, del partido y del pueblo; consolidar lo construido para que no pueda revertirse; avanzar en la transformación general de la sociedad.
Tal decisión implica la intensificación del temporal contrarrevolucionario. Se potenciarán las acusaciones de “dictador”, “autoritario”, “ambicioso” y otras del mismo jaez; se desgañitarán insistiendo en violación de la Constitución, lesión a la democracia, concentración del poder, etc.; proliferarán las amenazas de golpe e intervención; se encrespará la lucha de clases en los campos ideológico y político sin desmedro del económico y los demás. Esto es inevitable y había que pasar el Rubicón o condenarse a seguir el ritmo que los contrarios impongan.
La posibilidad de que un mandatario sea reelecto a voluntad por el pueblo es consustancial de la soberanía. No existe autoridad sobre la tierra que pueda retacearla, pues este hecho sí expresa un atentado contra la esencia de la democracia verdadera. La burguesía reconoció la soberanía popular cuando dirigía al conjunto de los trabajadores en su lucha contra el feudalismo, y la levantó en sus banderas como base de la espléndida consigna de libertad, igualdad y fraternidad. Posteriormente, ya dueña del poder, ideó y desarrolló los modos de mantener el concepto como apariencia, vaciado de contenido pero vigente en lo formal. Es ésa la estratagema de la democracia burguesa. En cuanto al aspecto que tocamos, algunos países europeos practican la reelección continua como un florón de soberanía popular, y por supuesto, a nadie se le ocurre cuestionarlos, pues son paradigmas democráticos. La trampa, no hay régimen burgués sin trampa, consiste en la retención de los mecanismos para la escogencia de los candidatos, de modo que el pueblo puede hacerse ilusión de soberanía eligiendo cuantas veces quiera a un gobernante de esos, que por muy “progresista” que fuere nunca podrá traspasar los límites impuestos por los factores de poder.
Entre nosotros la contrarrevolución, errática por naturaleza y burdamente dirigida desde “el Norte revuelto y brutal”, “defiende” la democracia atacándola en su esencia, sin guardar las apariencias que las burguesías cultas de Europa emplean como coartada. Y miente como siempre. Pues aquí no se viola la Constitución, porque enmienda no es reforma; no se lesiona la democracia sino que se la torna verdadera, participativa y protagónica, cada vez más en manos de los que viven del trabajo; no se concentra el poder, porque se lo descentraliza hacia abajo, hacia las profundidades de la sociedad; Chávez no es un dictador, o lo es sui géneris: respetuoso del orden constitucional y legal, sujeto a las decisiones del pueblo, dispuesto a exponer su mandato dos veces en cada período, amado por las multitudes que lo siguen como a ningún otro líder desde el siglo XX hasta hoy… y empeñado en unirlas y concienciarlas para que, con el órgano del Estado progresivamente puesto a su servicio y la forja de sus propias organizaciones, rescaten la soberanía efectiva conculcada y eliminen los groseros privilegios de los grupos históricamente dominantes. Para éstos, por supuesto, acostumbrados a flotar sin responsabilidades, el presidente que le sirva al pueblo es por antonomasia un dictador. Y el terror proviene de la convicción de que no pueden ganarle a Chávez en el fervor popular. Y si pueden, pongan su gallo en el redondel.
Salgamos ya de la enmienda, que hay infinito trabajo por hacer. Atender las necesidades urgentes: seguridad, vivienda, empleo, salud, educación, alimentación; redoblar la formación ética, política, ideológica y de servicio, socialista, del partido y del pueblo; consolidar lo construido para que no pueda revertirse; avanzar en la transformación general de la sociedad.
En función de ello, ¡uh! ¡ah! Chávez no se va.
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