miércoles, 1 de octubre de 2008

Muere en Caracas en el año 1964 Enrique Bernardo Núñez

Enrique Bernanrdo Nuñez. Escritor venezolano. Vivió en Valencia hasta que cumplió quince años, cuando partió a Caracas, decidido a dedicarse al periodismo y a cursar estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela. Había completado la primaria en la escuela de Rafael Pérez y el bachillerato en el colegio Requena, en el cual ingresó en 1907.
En realidad, la verdadera vocación de Núñez era la escritura, tanto la periodística como la literaria, así que no tardó en desertar de las aulas universitarias, dos años después de haber ingresado en la Facultad de Medicina . También por estas fechas comenzó a frecuentar las tertulias de quienes acabaron integrando la llamada generación de 1918 y a escribir sus primeras obras serias. Con una de ellas, un "Bolívar orador", obtuvo en 1918 una mención en los Juegos Florales, y ese mismo año publicó su primera novela: Sol interior, a la que siguió, apenas dos años después, Después de Ayacucho.
No fue su vida un camino de rosas, pero jamás se dejó vencer por el desánimo o dañar por la amargura.
A los veintitrés años tuvo un primer éxito en unos “Juegos Florales”, y a la misma edad publicó su primera novela, “Sol Interior”, que la crítica recibió con elogios y anuncios de que aparecía en el horizonte un nuevo sol de la Generación del 18.
Dos años después, con su segunda novela, “Después de Ayacucho”, enfrentó la injusticia de una crítica que no entendió que el humor y la parodia podían ser armas poderosísimas de la narrativa, capaces de enfrentar lo solemne y lo tedioso.
Su gran novela, “Cubagua”, la escribiría en La Habana, Publicada en 1931, fue el verdadero inicio del “Realismo mágico” latinoamericano, seguido de inmediato por Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, que estaban en París cuando la novela irrumpió en el ambiente literario.
Sin embargo, en Venezuela no recibió el más mínimo apoyo de la crítica.
A pesar de ese vacío, ocho años después (1939) publicó otra novela extraordinaria, “La Galera de Tiberio”, sólo para echarla al río Hudson en un gesto de justísima rabia.
Con ella rompía todos los esquemas de la novela y le daba vida a todo lo que después puso a valer la narrativa latinoamericana.
Decidió abandonar la narrativa y se dedicó por completo a la crónica y a la historia, fue Cronista de la ciudad. Murió a los sesenta y nueve años, consciente de que, a pesar de la crítica literaria venezolana, era uno de los más grandes novelistas del idioma castellano.
Forman parte de esta importante faceta de su obra los libros Signos en el tiempo (1939), Viaje por el país de las máquinas (1954) y Bajo el samán (1963)

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