Como la mayoría de los venezolanos prefiero una sociedad egalitaria*, me inclino por la democracia.
Pero esto no quiere decir que no comprenda que las élites han tenido su papel en la historia.
Los Jardines de Babilonia, el Foro Romano, el Duomo de Florencia y el París del Barón Hausmann son ejemplos de cómo las élites han reafirmado su prestigio creando espacios públicos de gran utilidad y belleza.
En la Venezuela del siglo pasado los transeúntes encontraban refugio en los zaguanes de las casas de la gente pudiente. La Altamira creada por Luis Roche era un paraíso de amplias avenidas y generosas aceras que permitían a los peatones compartir, aunque fuese de lejos, la belleza de sus casas y solares.
Pero algo ha cambiado en Venezuela. Las clases pudientes han adquirido un gusto, casi una libido, por comportamientos que generalmente se asocian con gente de muy baja ralea.
Los dueños de una Quinta en La Lagunita decidieron celebrar una fiestecita de cumpleaños, enhorabuena
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*Egalitaria
La gente solía pensar que había un lugar llamado Egalitaria, donde todos eran tratados de forma igual. Se trataba de un paraíso donde se suponía que todos tendrían igualdad de derechos. Se suponía que estos derechos eran reales y no ficticios, como lo son aquí, que eran realidades, no falsas promesas. En ese lugar todo el mundo tenía un sueldo mínimo real, un trabajo real, un hogar real, asistía a una escuela real, disponía de un cuidado sanitario decente. La gente corriente se interesaba por la política porque pensaba que con su participación las cosas podrían mejorarse. ¡Imagínese! Nada de dormir o mendigar, nada de pobreza o vandalismo en las calles. Nada de humillar a la gente sólo por sus orígenes o creencias o porque no encajan en la sociedad. Un lugar en el que todos son libres para vivir de acuerdo con sus principios y no sólo de acuerdo con las reglas del mercado. Un lugar donde uno podría respirar libremente, fuera quien fuera. En resumen, un lugar donde usted y yo seguramente disfrutaríamos bastante.